domingo, 3 de octubre de 2010

SOLO HAY UNA COSA MAS EXECRABLE QUE UN MILITAR DICTADOR: UN CIVIL COLABORADOR

Esta nota ha sido publicada en el portal http://www.guardaelpomo.com/, si bien tiene referencias puntuales a Paysandú, Entre Ríos, podemos hacer una traslación hacia cosas que ocurren en el Chaco Argentino.



Me voy a referir al Ing. Ramón Appratto, que hoy aparece con solicitadas en El Telégrafo (claro), que además le reproduce todas sus intervenciones en la Junta Departamental, mostrándolo como el “paladín” de la democracia y de los pobres.
Ahora con sus “socios” políticos, Larrañaga, Bertíl Bentos, David Doti, Nicolás Olivera, Silva, Mega, Francolino, entre otros, hace campaña en base a lo que hizo siempre, el engaño y la mentira.
Habrá que recordar que mientras el Ing. Appratto obtenía buenas “calificaciones” como docente en el liceo Departamental intervenido, a sus colegas los destituían sin ningún proceso. Recuerdo algunos: los profesores Bortagaray, Bulanti, Ostuni, docentes de intachable prestigio que debieron dejar su lugar a los serviles de la dictadura.
El civil colaborador es pequeño de alma. Es tan pequeño que se escuda en el poder militar, en la bayoneta, para alguna vez ser alguien. Y después se desploma cuando ese poder militar ya no existe. Y no le gusta que le recuerden su pasado servil. Entonces buscan en las grietas de la democracia para ver si pueden meter alguna cuña. Pero ya es tarde. Sin los militares no son nadie. No tienen capacidad de ser alguien. Sólo les queda ese complejo de alcurnia boba para usar dos apellidos: “Appratto Lorenzo”, cuando es sabido que solo deben usar dos apellidos aquellas personas que tienen apellidos comunes (Pereira, García, González, Rodríguez). De lo contrario queda feo.

Los colaboradores de la dictadura son servidores en el peor sentido de la palabra: son serviles.

Mientras a sus conciudadanos los torturaban en los cuarteles, estos personajes discutían en la Junta de Vecinos si había que traer a Rafaela Carra al Estadio Municipal.
Mientras secuestraban a Nelsa Gadea, estos serviles civiles discutían la mala influencia del Carnaval Sanducero y lo prohibían durante años.
Mientras a Héctor “negro” Duarte le hacían el submarino, atado de pies y manos con alambre en la comisaria 3era, nuestros “buenos vecinos” serviles aprobaban el proyecto para destruir la histórica fuente en la Plaza Constitución.
Mientras los serviles hacían planes para Restaurar el Florencio Sánchez, prohibían las obras del autor para agradar al poder.
Moribunda ya la dictadura, estos personajes se preparaban para ser “demócratas” y sus jefes mataban en un cuartel de Rio Negro al Dr. Roslik. “El sedicioso preso estaba bien” dijeron los asesinos, “falleció de un paro cardiorespiratorio” escribían en aquella inefable primera autopsia. Seguramente que la “Honorable Junta de Vecinos” de serviles en ese momento organizaba la Semana de la Cerveza mirando para otro lado.
Estos serviles colaboradores eran ascendidos en las oficinas públicas, acumulaban varios trabajos públicos en medio de destituciones ilegales. Hoy en su gran mayoría todos ellos tienen jubilaciones de privilegio. Era el trofeo innoble del servil colaborador.
Mientras todos estos serviles salían en las fotos de las sociales de los diarios, al final de la década del 70 y principios del 80, otros recibíamos la solidaridad del exterior para ayudar a las familias que habían sido desmembradas por la violencia de la dictadura cívico-militar; padres, hermanos, tíos e hijos, habían sido encarcelados sin juicios y sin indagatorias. Aún tengo grabado en mi retina las imágenes de esas familias y de los compañeros que iban saliendo en libertad, con problemas físicos y neurológicos.
Frente a esta realidad, los serviles colaboradores de la dictadura, aunque se pongan dos apellidos como como el Ing. Apratto Lorenzo, deberían llamarse a silencio. Es la única actitud que los puede salvar de la carga de vergüenza que los aplasta cada vez que alguien recuerda su pasado servil (y somos muchos). Como a los colaboracionistas franceses de la ocupación nazi, su oprobioso pasado es una condena perpetua. Si un servil colaborador de la dictadura piensa, no debería hablar, y si habla, no debería publicar. Sólo por decencia.

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