sábado, 2 de octubre de 2010

HACIA EL ENJUICIAMIENTO DEL COLABORACIONISMO CIVIL


El reciente encarcelamiento del ministro de Economía de la última dictadura cívico-militar deja abiertas las puertas a la posibilidad de enjuiciar a quienes fueron partícipes necesarios y aun ideólogos del Genocidio Argentino.

Aunque el propio fiscal federal Federico Delgado argumentara a favor del arresto domiciliario del poderoso terrateniente José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía durante el Genocidio Argentino y señalado como autor de crímenes brutales enmarcados en la represión de Estado, el juez Norberto Oyarbide, que ordenó su detención (previa declaración de inconstitucionalidad del indulto que beneficiaba al anciano tecnócrata) rechazó toda posibilidad de excarcelar al reo, que específicamente está encausado por el secuestro extorsivo del empresario Federico Gutheim y su hijo Miguel, quienes habían sido obligados durante su cautiverio a activar un negocio en Hong Kong para favorecer al acaudalado ministro.

El fiscal Delgado había manifestado, como es común en las causas sobre las brutalidades cometidas hace más de tres décadas, que “el arresto domiciliario debe ser concedido” a causa de la salud y de la edad del procesado. El juez que lleva el juicio, en cambio, prefirió permanecer a la espera de los resultados de informes médicos sobre la salud de Martínez de Hoz, actualmente internado en una clínica privada, para definir si le otorga el beneficio de la prisión domiciliaria o si cumplirá detención en una cárcel del Servicio Penitenciario Federal. Tanto fiscal como juez coincidieron en rechazar el pedido de exarcelación presentado por los defensores del genocida. El argumento de Oyarbide para sostener su determinación es que, si bien no se corren riesgos de fuga por parte del prisionero (como postulara el fiscal), el proceso abierto en su contra es un caso de “crímenes aberrantes cometidos durante la última dictadura militar”. Asimismo, el magistrado consideró que si el ex funcionario “no se detuvo para respetar vallas morales y bienes jurídicos más importantes, tampoco tendría por qué hacerlo respecto de otras acaso menores o subordinadas a aquellos”.

Un gran delincuente

José Alfredo Martínez de Hoz ha estado siempre en los sectores más retrógrados de la sociedad y el Estado. En su momento, los ancestros de Joe, se manifestaron contrarios a la independencia con respecto a España y financiaron el Genocidio Patagónico, perpetrado por Roca, por lo que fueron premiados con miles de hectáreas de la mejor tierra argentina. Su mano diseñó un plan económico que, como denunciara Rodolfo Walsh, no era otra cosa que un sistema de “miseria planificada”. Por intermedio de ese plan se sometió a la economía argentina a los grandes grupos del capital internacional concentrado, que desmantelaron el aparato industrial argentino en función del papel asignado para el país en la economía mundial: la producción de materias primas. En ese modelo sólo podían resultar beneficiados los dueños de la tierra, ergo: los Martínez de Hoz.

Para la concreción de su plan sin precedentes, Martínez de Hoz debía desestructurar el sólido movimiento sindical argentino, que no iba a tolerar fácilmente la destrucción del sistema agroindustrial. También debía considerar la oposición generada en los sectores ilustrados de una sociedad que, en su enorme mayoría, estaba integrada por las clases medias y en las que los movimientos de liberación, de todos los signos, ya iban dejando su marca en cada individuo. Ante estos “inconvenientes” para la práxis de su plan maquiávélico, el tecnócrata de rostro de buitre encontró en el genocidio un sistema y en las Fuerzas Armadas un servil arma. Las pruebas de su lamentable éxito se pueden ver aún hoy.

La detención de Joe Martínez de Hoz, como lo llamaban sus amigos de la Sociedad Rural Asesina, abre las puertas al enjuiciamiento de los cientos de colaboracionistas civiles de la dictadura, cuyo espaldarazo y sus ideas fueron, en clara terminología del derecho, partícipes necesarios de la destrucción económica de un país industrializado en su momento más allá de los parámetros sudamericanos y cuya clase intelectual se había constituido, sin exageraciones en esta apreciación, en el cerebro del hemisferio sur de la Tierra o en el hemisferio sur del cerebro de la Tierra.

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